Por: Sergio Estuardo Domínguez

 “Como es lógico, la crítica seria sabe que todo esto no es posible, primero porque el Lyncée era un navío imaginario, y segundo porque Duchamp y Roussel no se conocieron nunca”

La vuelta al día en ochenta mundos (1967) es un libro de Julio Cortázar que se caracteriza por la co-presencia en el mismo espacio textual de la palabra y de la imagen icónica. Las relaciones intertextuales tan evidentes en la obra cortazariana se acentúan en éste y actúan como agentes de transformación y expansión translingüísticos. El pasaje intersticial funciona en toda la obra de Cortázar como metáfora de la búsqueda, la apertura y la libertad humana, sirve de vínculo, otra vez, entre las distintas instancias semióticas.

La vuelta al día en ochenta mundos, se construye como los textos-collage, semejante a los libros llamados almanaques que circulaban en nuestro pulgarcito y en otros países en la época en que el autor vivía allí, y que incluían todo tipo de discursos. Cortázar construye su libro a semejanza de esos almanaques, rompiendo todos los encasillamientos de los géneros literarios tradicionales.

La libertad de plasmar la realidad, tal como Cortázar lo señala, facilita la comprensión de La vuelta al día en ochenta mundos., tanto en la diagramación del libro mismo, como en la disposición de las alianzas fulminantes: la fragmentación de la realidad que transgrede el orden establecido de las cosas para reemplazarlo por un orden poético que abre nuevas alianzas y relaciones que remiten a otros mundos posibles.

En este libro de Cortázar, como se ha dicho, el discurso se ha enriquecido con una pluralidad de sustancias sígnicas que van desde la escritura a la imagen icónica en sus diversos niveles y en variados grados de interacción. Se consagra, de este modo, el principio de la «lectura no lineal», en tanto el ícono deja de ser un puro soporte gráfico y opera como multiplicador de relaciones y sentidos, convirtiéndose en la aplicación (metafórica y «real») del principio de libertad creadora.

“Lo fantástico exige un desarrollo temporal ordinario. Su irrupción altera instantáneamente el presente, pero la puerta que da al zaguán ha sido y será la misma en el pasado y en el futuro. Sólo la alteración momentánea dentro de la regularidad delata lo fantástico, pero es necesario que lo excepcional pase a ser también la regla sin  desplazar las estructuras ordinarias entre las cuales se ha insertado.

En mi opinión, Cortázar propone en su teoría una escritura subversiva, propia de un dinamitero que barrene los flancos del idioma y convierta a la palabra en manifestante de la totalidad del hombre, de modo de asegurar el ejercicio pleno de todas las facultades y posibilidades humanas. Propicia, por lo tanto, una escritura de máxima implicación personal, propia de una postura de vanguardia, partidaria del antiarte, de la antiforma, de una cultura adversaria o contracultura revivificadora.

 

 “Siempre he sabido que las grandes sorpresas nos esperan allí donde hayamos aprendido por fin a no sorprendernos de nada, entendiendo por esto a no escandalizarnos frente a las rupturas del orden. Los únicos que creen verdaderamente en los fantasmas son los fantasmas mismos”.

Cortázar, Julio. “Del sentimiento de lo fantástico”, en La vuelta al día en ochenta mundos. México, Siglo XXI, 1968.